Melinda y Melinda

Crítica

Diego Salgado

Después de enfrentar en su anterior película, "Todo lo demás" (2003), a su yo de antaño, juvenil e inocente, con una grotesca parodia de sí mismo como ermitaño paranoico, Woody Allen reflexiona de nuevo en "Melinda y Melinda" (2004) sobre su propio cine, ofreciendo en esta ocasión una misma historia en formatos entrelazados de comedia y drama.

Parece una obviedad señalar que la comedia es el género natural de Allen. "Desde niño", cuenta, "he disfrutado con la comedia y con hacer reír a la gente" (1). Por otra parte, resulta igualmente obvio que el motor de su obra lo constituyen los aspectos dramáticos e incomprensibles de la existencia. "La sensación de no hallarme en armonía con el mundo me ofrece la posibilidad de expresarme a través del arte" (2). Su concepción del humor, en fin, como para todos los grandes autores, nace de ese desasosiego: "la comedia es una forma indolora de ir por la vida" (3).

"Melinda y Melinda" hace de esta dualidad su razón de ser. En un bistrot neoyorquino, un dramaturgo y un comediógrafo debaten los méritos de sus especialidades respectivas para ofrecer un retrato fiel de la realidad. Una anécdota, la aparición entre un grupo de amigos de una vieja conocida que revolucionará sus afectos, sirve a ambos autores para desarrollar los acontecimientos de acuerdo a sus inclinaciones. Terminarán coincidiendo en que la risa y el llanto son caras opuestas de la misma moneda; una moneda cuyo valor debe decidir su poseedor cuando afronte los pagos que exige la vida a cambio de cumplir nuestras ilusiones.

Es difícil concretar las razones por las que, pese a contar con el mejor guión que Allen ha escrito en mucho tiempo, "Melinda y Melinda" no acaba de cuajar. Posiblemente, el reparto deje algo que desear en cuanto a carisma. Radha Mitchell (Melinda) demuestra gran versatilidad, pero Will Ferrell naufraga como alter ego del propio Woody, y actores entonados en otras ocasiones como Chloë Sevigny ("Boys don't cry") o Chiwetel Ejiofor ("Negocios ocultos") están apagados. Problema que también afecta a la propia puesta en escena, plomiza y arrítmica sobre todo en la parte dramática.

En las últimas propuestas de Allen, la citada "Todo lo demás" y la ahora comentada, se aprecia una mejoría respecto a su producción de años anteriores, alabada ciegamente por la crítica a pesar de hallarse en algunos casos bajo mínimos –baste recordar "Granujas de medio pelo" (2000), "La maldición del Escorpión de Jade" (2001) o "Un final made in Hollywood" (2002). Y es cierto el tópico a él referido de que en la menor de sus obras hay más talento que en el grueso del cine norteamericano que se estrena.

Pero uno añora el nervio de "Delitos y faltas" (1989), "Maridos y mujeres" (1992) y "Misterioso asesinato en Manhattan" (1993), sus últimas grandes películas, y se pregunta si la edad y los disgustos familiares han minado irreversiblemente la vitalidad que, a pesar de su declarado pesimismo, siempre ha emanado del cine de Allen. Habrá que contentarse por ahora con el hecho de que siga rodando, siga arriesgando narrativamente, siga interesado por las debilidades humanas, y nos haga estallar en carcajadas con líneas de diálogo como ésta: "¡Me imagino besando a Melinda, y acto seguido sometido al juicio de Nuremberg!". Qué demonios. ¡Es más que suficiente!


1 y 3 "Woody Allen. La biografía". Eric Lax. Ediciones B. 1994.

2 Allen, entrevistado por M. Giovanni para Cambio16 (nº 617, septiembre de 1983).

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