El reino de los cielos

Crítica

Diego Salgado

Decía Raymond Chandler de Alfred Hitchcock que el director británico dirigía las
películas "en su cabeza, antes de conocer los detalles del argumento", y que estaba
dispuesto a "sacrificar la lógica argumental en aras de los efectos de cámara" (1).
Salvando inmensas distancias en cuanto a talento, podría aplicarse lo mismo a Ridley
Scott, sobre quien Antonio Weinrichter ya escribía en 1989, a propósito de "Black
Rain": "Scott es un director tan dotado para el diseño como incapacitado para
representar relaciones humanas" (2).

El realizador asombró al mundo con "Los Duelistas" (1977), "Alien" (1979) y "Blade
Runner" (1982). Las posteriores "Legend" (1986), "La Sombra del Testigo" (1987),
"Thelma & Louise" (1991), "1492: La Conquista del Paraíso" (1992), "Tormenta Blanca"
(1996), "La Teniente O'Neill" (1997), "Gladiator" (2000) y "Los Impostores" (2003)
demostraron que abarque grandes temas o pequeñas anécdotas, a Scott sólo le importa
decorar visualmente los guiones que le pasa su agente. A veces brillantemente, a
veces con torpeza. Por eso es posible que "Black Hawk Derribado" (2001) constituya
su mejor filme en mucho tiempo, al limitarse a contar maravillosamente, sin más
pretensiones, una escaramuza militar.

Para "El Reino de los Cielos", Scott presume de "haber tenido un buen equipo de
diseñadores, creadores de vestuario, especialistas en arquitectura..." (3), que le
han ayudado a plasmar una historia épica ubicada temporalmente en 1184, entre las
Cruzadas segunda y tercera de los guerreros cristianos contra los musulmanes que
ocupaban Tierra Santa. Balian (Orlando Bloom), un herrero francés que acaba de
perder a su mujer y a su hijo, recibe la visita de Godofredo de Ibelín (Liam
Neeson), caballero cruzado que confiesa a Balian ser su padre, y que anima al joven
a viajar con él a Jerusalén. Una vez en Tierra Santa, Balian se verá implicado en el
pulso que los templarios mantienen con Balduino IV (Edward Norton). El Rey leproso
desea mantener la paz con el líder musulmán Saladino (Ghassan Massoud), mientras que
la orden templaria y el caballero Guy de Lusignan (Marton Csokas) pretenden forzar
la guerra.

Pues bien, los aspectos visuales de "El Reino de los Cielos" merecen, efectivamente,
destacarse. La fotografía y la ambientación logran sumergir al público en una Edad
Media brutal y exótica. En el apartado musical se aprecian sin embargo, como en
otras ocasiones, las limitaciones de Scott, que tira de archivo sonoro sin mucha
coherencia, por aquello de forzar la atmósfera y el dramatismo como sea;
espeluznante al respecto el uso en cierto momento del "Vide Cor Meum" compuesto por
Patrick Cassidy para la ópera "La Vita Nuova"... y ya empleado por Scott en
"Hannibal" (2001).

En todo caso, la perfección técnica no puede obviar la tosquedad del guión, escrito
por William Monahan. Cada diez minutos se incluye una trifulca, una emboscada, un
naufragio, un duelo o una batalla para disimular lo maniqueo de los personajes y lo
plúmbeo de los diálogos. Resulta del todo inverosímil la vertiginosa conversión de
un herrero en luchador y estratega que se trata de tú a tú con Saladino. Y cuando
uno ha logrado interesarse por los enredos políticos, muere Balduino y la acción se
precipita entrecortadamente -¿se nos descontará el precio de la entrada cuando
adquiramos la "versión íntegra" en DVD?- hacia un aburridísimo asedio. Eso sí, "muy
bien hecho".

"El Reino de los Cielos" queda reservada a los espectadores insensibles al hecho
incuestionable de que esta marea de cine colosalista será contemplada en unos años
con la misma atención que nosotros dedicamos las sobremesas del domingo a la enésima
emisión de "Sinuhé el egipcio" o "La Túnica Sagrada".


Notas:

(1) "La Ciudad de las Redes". Otto Friedrich. Tusquets Editores.
Página 525.



(2) "Dirigido por..." nº 174. Noviembre 1989. Página 31.



(3) La Luna de Metrópoli. El Mundo. Nº 53. Página 12.

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