Shortbus

Crítica

Julio Vallejo

John Cameron Mitchell sorprendió a propios y extraños con "Hedwig and The Angry Inch", un musical donde abordaba la triste historia de un cantante transexual. Mezclando melodrama y canciones, el director norteamericano nos demostraba que el cóctel de géneros podía emocionar sin indigestar. Ahora, unos años después de aquel éxito, el realizador intenta sorprender otra vez con "Shortbus", un filme colectivo sobre el sexo en Nueva York tras el 11-S.

Historia coral sobre un grupo de personajes algo perdidos, el largometraje de Cameron Mitchell convierte un local –el "Shortbus" del título- en el punto de encuentro de todos ellos. Una consultora sexual que no ha tenido ningún orgasmo, una pareja gay con ganas de abrirse a otras experiencias y una dominatrix con ganas de afecto son algunos de los asiduos a un peculiar night-club donde se realizan casi todos los tipos de prácticas sexuales. Todos ellos son, en cierta manera, seres tan marginados como los niños deficientes o superdotados que suelen ir en los shortbuses (minibuses) en los Estados Unidos.

Mezclando drama y comedia, Mitchell compone una película que intenta ser más provocadora de lo que realmente es. Es verdad que el cineasta americano no se muestra nada pacato a la hora de mostrar todo tipo de actos sexuales. También es cierto que la película aboga por la libertad de cada uno para hacer lo que quiera con su cuerpo sin tener que dar cuentas a nadie. Sin embargo, y a pesar de una primera parte realmente divertida, el realizador opta por un tono demasiado melodramático que busca la lágrima fácil más que la verdadera emoción. Es en este aspecto donde el filme se muestra tan conformista y facilón como cualquier cinta del casi siempre sensiblero Hollywood.

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