Once (2005)
Crítica
Julio Vallejo
¿Cuántas canciones se habrán escrito sobre el amor? ¿Y cuántas sobre el desamor? Se admiten apuestas. "Once", el musical dirigido por John Carney, aportará varias candidatas a las dos categorÃas.
En un tiempo en el que el musical cinematográfico parece casi abocado a las adaptaciones de grandes éxitos teatrales, el realizador irlandés se lanza a dirigir una pelÃcula que deja atrás la naftalina de este tipo de espectáculos para aportar algo de frescura al género. Combinando cierta estética de videoclip indie con elementos de propios del documental , "Once" consigue algo que pocos musicales han conseguido: que la inclusión de canciones no resulte demasiado artificiosa y que fluya de una manera natural en una historia de amor sin sexo entre un hombre irlandés con Ãnfulas de cantautor y una pianista inmigrante que vende flores para sacar adelante a su madre y a su hija. Todo ello con las calles de DublÃn como estimulante y realista decorado.
Sin ser excesivamente original, Carney consigue lo que toda buena comedia romántica, con canciones o sin ellas, debe lograr: que haya quÃmica entre los dos actores protagonistas. Algo que logran unos espléndidos Glen Hansard y Marketa Irglova, músicos en la vida real y más que prometedores actores. Además, y es algo que dice mucho de Carney y de sus intérpretes, las escenas no cantadas emocionan igual o más que en las que aparece la música. Sólo una excesiva acumulación de canciones en la parte final y cierta pérdida de pulso en algunos momentos empañan una historia pequeña y sencilla que consigue hablarnos sin grandes palabras de esa cosa llamada amor.
En un tiempo en el que el musical cinematográfico parece casi abocado a las adaptaciones de grandes éxitos teatrales, el realizador irlandés se lanza a dirigir una pelÃcula que deja atrás la naftalina de este tipo de espectáculos para aportar algo de frescura al género. Combinando cierta estética de videoclip indie con elementos de propios del documental , "Once" consigue algo que pocos musicales han conseguido: que la inclusión de canciones no resulte demasiado artificiosa y que fluya de una manera natural en una historia de amor sin sexo entre un hombre irlandés con Ãnfulas de cantautor y una pianista inmigrante que vende flores para sacar adelante a su madre y a su hija. Todo ello con las calles de DublÃn como estimulante y realista decorado.
Sin ser excesivamente original, Carney consigue lo que toda buena comedia romántica, con canciones o sin ellas, debe lograr: que haya quÃmica entre los dos actores protagonistas. Algo que logran unos espléndidos Glen Hansard y Marketa Irglova, músicos en la vida real y más que prometedores actores. Además, y es algo que dice mucho de Carney y de sus intérpretes, las escenas no cantadas emocionan igual o más que en las que aparece la música. Sólo una excesiva acumulación de canciones en la parte final y cierta pérdida de pulso en algunos momentos empañan una historia pequeña y sencilla que consigue hablarnos sin grandes palabras de esa cosa llamada amor.
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