La terminal

Crítica

Diego Salgado

Late en las comedias y los dramas de Steven Spielberg una ambigüedad que suele desconcertar al público y enervar a los críticos. Desde "Loca Evasión" (1974) a "Atrápame si puedes" (2002), pasando por "El color púrpura" (1985), "El imperio del sol" (1987), "Para siempre" (1989), "La lista de Schindler" (1993), "Amistad" (1997) y "Salvar al soldado Ryan" (1998), sus películas más comprometidas con la realidad sufren por parte del director un tratamiento débil, amable, indefinido, que desbarata cualquier sentido profundo a que pudieran aspirar a partir de sus planteamientos.

Sobre "La Terminal" gravita el mismo problema. ¿Qué van a encontrar en ella los espectadores? Para Spielberg, "depende de lo que el público ponga ... los espectadores quieren más realidad ... si los espectadores quieren poner imaginación y ternura ... dar ese paso adelante para internarse en la alegoría y la fábula ... también hay materia para ello". Pero primero la describe entusiasta "como un auténtico espectáculo, por encima de todo" (1).

He aquí el talón de Aquiles del realizador. En este caso, por ejemplo, la historia basada en hechos reales de un viajero atrapado durante meses en la terminal de un aeropuerto norteamericano debido a conflictos en su país de origen y a las trabas burocráticas que de ello se derivan, tema de enorme interés, es abordado en casi todo momento de manera anecdótica y rutinaria; el oficio innegable de Tom Hanks, del músico John Willliams, de Janusz Kaminski (director de fotografía) o de Alex McDowell (encargado de la ambientación) no hacen sino poner de manifiesto la hipertrofia de una producción que sustenta la nada. El mismo Spielberg, mucho menos inspirado que en "Atrápame si puedes" o "Minority Report", deja que se le escapen de las manos varias situaciones a lo largo de la película, especialmente un tramo final decepcionante y precipitado.

Solo una escena llega a impresionar, y a sugerir un camino desdeñado posteriormente por guionistas y director. Es aquella en la que acompañamos a Viktor Navorski (Hanks) a la sala de tránsito internacional en la que, en palabras del guardia que le acompaña, "lo único que puede hacerse es comprar", y una vez dejado a su suerte descubre fortuitamente lo que está pasando en su país natal, Krakozhia. La terminal en que, sin saberlo aún, tendrá que sobrevivir, se desvela entonces como un espacio gélido, controlado y dedicado al consumo, donde la realidad propia y ajena solo tiene acceso a través de monitores, y en el que se oculta, bajo una apariencia civilizada, la desconfianza y la indiferencia hacia el otro. Un retrato perfecto de Occidente y, más concretamente, de los Estados Unidos tras el 11-S.

Al fin y al cabo, es posiblemente Frank Dixon (Stanley Tucci), perro guardián del aeropuerto donde trascurre la acción, y representante a ojos de Viktor del mundo civilizado al que pretende acceder, el personaje más patético de la película, y a otros directores les habría servido para incomodar al espectador. Pero Spielberg permite a Viktor cumplir con su padre y sus sueños, y a nosotros seguir durmiendo tranquilos... mientras podamos.


Notas

(1) El Mundo. La Luna de Metrópoli. Nº 19. Semana 10-16/09/04. Página 11.

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