Kinsey

Crítica

Julio Vallejo

Más guionista que director, Bill Condon parece haberse especializado en las películas que hablan sobre la atracción sexual. Si olvidamos su primer filme como director –la horrorosa "Candyman 2"– y sus trabajos como guionista a sueldo –la oscarizada "Chicago"–, comprobaremos que Condon parece interesado por analizar lo que nos estimula sexualmente. Ya en "Dioses y monstruos", el realizador nos hablaba del deseo que siente un director de cine homosexual por su fornido jardinero. Ahora, unos años después de aquella maravilla, el director vuelve sobre el tema en "Kinsey", el biopic de Alfred Kinsey, el hombre que analizó el comportamiento sexual humano en los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo XX.

Con un guión que entrelaza la vida personal del científico con sus investigaciones sobre la conducta sexual humana, el filme se convierte en un largo resumen de las teorías de Kinsey que se olvida en numerosas ocasiones de Kinsey como individuo. En este sentido, Condon da prioridad a la exposición de los descubrimientos de Kinsey frente a su retrato como ser humano. El largometraje no siempre consigue explicar del todo bien la extraña relación que el sexólogo –un espléndido Liam Neeson– mantenía con su esposa –interpretada por una soberbia Laura Linney –y con uno de sus ayudantes –encarnado por un ajustado Peter Sarsgaard–. En este sentido, "Kinsey" es una película en exceso didáctica plagada de diálogos que parecen máximas sobre el comportamiento sexual.

Pese al tono algo discursivo del filme, el tercer largometraje como Bill Condon contiene algunos momentos de sobrecogedora emoción. Éste es el caso de la charla que mantienen Kinsey y su padre sobre la conducta sexual de este último o la impresionante escena en la que una mujer –interpretada por Lynn Redgrave– le cuenta al científico lo mucho que le ha ayudado uno de sus libros a la hora de reconocer su lesbianismo.

En definitiva, y dejando a un lado sus excesos didácticos, "Kinsey" es un bienintencionado y necesario filme que, en resumidas cuentas, trata de mostrarnos a un hombre que, en los puritanos Estados Unidos de los cuarenta y cincuenta, demostró que, siempre que no se haga daño a nadie, toda conducta sexual es admisible y natural.

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