Hana

Crítica

Julio Vallejo

"Nadie sabe" nos descubrió a un cineasta superdotado que respondía al nombre de Hirozaku Kore-eda. Aquella obra maestra mostraba el drama de unos niños que, abandonados por su madre, tienen que sobrevivir solos en un pequeño piso. Sin recurrir al sentimentalismo barato, el director japonés consiguió emocionar a todos con una historia sencilla y verdaderamente triste.

"Hana" es la película que ha sucedido a aquella magnífica cinta en la carrera de Kore-eda. Ambientada en 1702, el largometraje nos trasporta a una época en la que los clanes de samuráis ofrecían recompensas económicas a los que llevaran a cargo con éxito una venganza. El personaje principal es un joven samurai, Aoki Sozaemon, que llega a Edo-la actual Tokio- para vengar la muerte de su padre. Su estancia en un barrio de la ciudad, sin embargo, le hará recapacitar sobre su sangrienta tarea. Los simpáticos vecinos, una atractiva viuda y el hijito de ésta serán los responsables de ello.

Con estos mimbres, el realizador nipón compone un filme contemplativo más atento en el dibujo de personajes que en contar una historia propiamente dicha. Con la colaboración de unos actores en estado de gracia, el cineasta nos ofrece el retrato costumbrista de un poblado donde, pese a las dificultades económicas, la vida se disfruta plena e intensamente en cada rincón. Frente a ello, el cometido sangriento de su protagonista principal carece de sentido. Por otra parte, y casi de pasada, nos muestra la decadencia social de los samuráis, unos hombres de otro tiempo más teatrales que necesarios en la vida real. En definitiva, Kore-eda apuesta en su película por la vida, representada por los vecinos de la humilde población, frente a la muerte, encarnada por los samuráis. En medio de estas opciones se encuentra Aoki, un joven obligado a vengar el asesinato de su padre, pero atraído por la alegría que desprende el lugar al que acaba de llegar.

Sin grandes palabras ni grandes reflexiones en voz alta, Kore-eda nos ofrece una bonita película donde las pequeñas cosas de la vida se convierten en lo verdaderamente importante. Algo que nos remite al gran Yasujiro Ozu de "Buenos Días". Sólo un metraje algo excesivo y cierta dispersión enturbian esta historia profundamente humana.

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