El fuego de la venganza

Crítica

Diego Salgado

Quiso Camilo José Cela que su epitafio fuese "quien resiste, gana". Posiblemente, Tony Scott suscribiría esa frase lapidaria. Los años están procurando cierto aprecio crítico hacia el director de películas tan mediocres como "El ansia" (1983), "Top Gun" (1986), "Superdetective en Hollywood 2" (1987), "Revenge" (1990), "Días de trueno" (1990), "El último Boy Scout" (1991), "Fanático" (1996) o "Spy Game" (2001).

Es algo natural. La historia del cine la escriben las multinacionales de la producción y la distribución, las televisiones, el gran público, y los gustos adolescentes de quienes años más tarde, ya en la madurez, ejercen como estudiosos del tema. Si José Luis Garci insiste en justificar semanalmente de manera racional en "Qué grande es el cine" obras cuyo único valor es, en muchos casos, haberle hecho feliz durante su infancia -nació en 1944-, los críticos que ahora andan entre los treinta y los cuarenta años de edad no pueden evitar glorificar el cine de los 80 y principios de los 90.

En aquella época el estilo de Tony Scott sorprendía al respetable por su efectismo, característica inherente al sector en el que se había fogueado como realizador, la publicidad. Con el tiempo, como el mismo Scott ha declarado, "la influencia de la publicidad en el cine es enorme [...] Si se analizan los largometrajes de las últimas dos décadas, creo que las mayores influencias y modificaciones en la estética de las películas las iniciaron Alan Parker ["El corazón del ángel"], Hugh Hudson ["Carros de fuego"], Ridley Scott ["Blade runner", "Gladiator"], Adrian Lyne ["Atracción fatal"], Michael Bay ["Pearl Harbour"], David Fincher ["El club de la lucha"]... todos cineastas provenientes de la publicidad" (1).

De manera que hoy, totalmente asumidos sus manierismos, con doce largometrajes compartidos con él estreno a estreno y presentes machaconamente en televisión (un medio que ha contribuido además a generalizar la misma forma de contar), Scott y otros han impuesto la "ley del único cine", una estética y unos modos narrativos que ya son los preferidos del público, y que coinciden con los manejados en videos musicales, juegos de ordenador y anuncios.

Por supuesto, cada uno es libre de expresarse como desee. Pero la forma determina el fondo. Es también el fondo. Y las formas que emplea Scott habitualmente, que reitera y exacerba en "El fuego de la venganza", resultan incompatibles con un discurso mínimamente coherente o perdurable.

Para empezar, el sustrato dramático de sus películas es ínfimo. No puede ser de otra manera. Si se pretende enganchar al público apelando a estímulos estéticos primarios –luz, color, acumulación de planos y sonidos y músicas y localizaciones-, basarse en un texto con alguna complicación obligaría a un acto de reflexión y calma incompatibles con el bombardeo audiovisual. "El fuego de la venganza" se basa en un best-seller de A. J. Quinnell, firmante también del guión en la primera versión cinematográfica de su obra ("Bala blindada", dirigida por Elie Chouraqui en 1987). La novela es pobre, y el guión de Brian Helgeland (2) apuntala todos y cada uno de los tópicos aplicables a personajes y situaciones. Hasta tal punto que, sobre el papel, "El fuego de la venganza" no es más que un subproducto de Charles Bronson o Steven Seagal, incluso en lo que se refiere a las típicas escenas que pretenden emocionar y provocan en cambio la risa floja, y a otras escenas no menos típicas que demuestran el racismo habitual de los norteamericanos. A excepción de uno o dos personajes mejicanos –encarnados por Rachel Ticotin y Giancarlo Giannini- sólo se salvan de la quema, literal o metafórica, tres estadounidenses; dos de ellos rubias perfectas que despiertan en el protagonista un celo casi morboso. El agradecimiento final a la ciudad de Méjico llega a sonar irónico.

Para dignificar semejante base, el director la adereza con todos los ingredientes visuales que se le ocurren, despreocupándose de su efecto sobre lo que cuenta o sobre las reacciones del espectador –más allá de la sensiblería inicial y el deseo posterior de muerte y destrucción-. Con la ayuda del responsable de la fotografía, Paul Cameron, criado igualmente en lo publicitario, y del montador Christian Wagner, Scott amontona planos, los superpone, los filma con diferentes técnicas y desde veinte puntos de vista, quema la imagen y satura colores, juega con los subtítulos en inglés a los diálogos originales en castellano (el efecto más interesante), acelera o ralentiza las acciones, etc (3). A ello hay que sumar una mezcla aturdidora de sonido, música original y canciones, con momentos tan obscenos como aquel en que le vuelan la cabeza a un criminal maniatado a los acordes del "Nessun dorma".

El único interés del conjunto reside en detectar las tendencias de las que se ha apropiado Scott en esta ocasión. Como su hermano Ridley, es un experto en reciclar modas coyunturales para mantenerse en la cresta de la ola. A lo largo de "El fuego de la venganza" saltan a la memoria visual "21 gramos", "Ciudad de Dios", la serie documental de viajes "Lonely Planet", videoclips de Marc Anthony, "¿te gusta conducir?" y otros. Parece que, a falta de voz propia, buenas son las ajenas, aunque el coro formado con ellas desafine hasta hacer irreconocible cualquier canto.

Y encima hay que dar gracias. El proyecto estuvo a punto de caer en manos de Michael Bay (4). Un señor cuyo cine ("Armageddon", "Dos policías rebeldes I y II") es una de las pocas razones que podrían esgrimirse para desear la ceguera.


Notas

1 http://pagina12.feedback.net.ar/secciones/espectaculos/index.php?id_nota=13780&seccion=6

2 Helgeland es un guionista experto en lo que se refiere a ajustes de cuentas cinematográficos: "L.A. Confidencial" (1997), "Payback" (1999), "Mystic River" (2003).

3 Para más información sobre el rodaje y las técnicas utilizadas en "El fuego de la venganza": http://www.lycos.es/entretenimiento/cine/butaca/pelicula/index.php?num=24&pelicula=manonfire1

4 http://www.imdb.com/title/tt0328107/trivia

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