Buena Vida Delivery

Crítica

Julio Vallejo

Adolfo Aristarain y Juan José Campanella se han convertido en dos de los cronistas más o menos lúcidos de la Argentina de los últimos veinte años. Ambos, sin embargo, han abordado los problemas económicos y morales del país a través de unos personajes intelectuales y de clase media en su mayoría. Distanciándose en cierta medida de ambos autores, Leonardo Di Cesare decide en "Buena Vida-Delivery" abordar la crisis de su país desde perspectiva de la clase trabajadora.

A través de la historia de Hernán, un repartidor que ve cómo la vida se le vuelve una pesadilla cuando sus padres se mudan a su casa para montar una churrería, el realizador y guionista argentino nos desvela el triste panorama de un país en el que la pobreza ha hecho que la gente agudice el ingenio. En este sentido, los padres de la novia del protagonista son el vivo ejemplo de dos pillos capaces de cualquier cosa para sacar adelante su negocio. Entre otras cosas, la adorable parejita no duda en utilizar la casa del pobre Hernán como churrería y en estafar a los pobres desempleados que les sirven como repartidores. En este sentido, el filme recuerda a los aprovechados y caraduras que poblaban las películas del más ácido Berlanga.

Con una dirección de actores espléndida y sin intentar subrayar la crisis argentina, Cesaré dibuja un panorama desolador donde la falta de oportunidades parece estar acabando con el país. Sin embargo, y a pesar del feo paisaje en donde aparecen los personajes, Cesare decide apiadarse de ellos, dándoles un esperanzador happy end. Quizá, y sólo quizá, ésta es una manera de decir a los argentinos que no desfallezcan y que sigan adelante.

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