Una casa en el fin del mundo

Crítica

Julio Vallejo

El novelista Michael Cunningham conoció el éxito mundial gracias a la adaptación cinematográfica que Stephen Daldry realizó de "Las horas", una película en la que los personajes principales aparecen unidos por la lectura del libro de Virginia Wolf que servía para dar título a la novela y al filme. El largometraje hacía especialmente hincapié en los problemas de identidad sexual de los personajes y trataba, aunque de pasada, el tema del SIDA. "Una casa en el fin del mundo", adaptación de otra de las novelas de Cunningham, vuelve a tratar estos dos temas, aunque de manera diferente.

El filme nos cuenta la extraña relación que surge entre Bobby (Colin Farell) , un adolescente que ha perdido a todos sus seres queridos, y Jonathan (Dallas Roberts), único vástago de la familia que acoge al joven huérfano. Ambos comenzarán una relación donde la amistad y el amor se confunden. Sin embargo, y tras ser sorprendidos por la madre de Jonathan (Sissy Spacek) en actitud más que cariñosa, los dos jóvenes decidirán separarse durante un tiempo. Años después, y ya en la veintena, Bobby se marchará a vivir con su hermanastro a Nueva York.. Allí se enamorará de Claire (Robin Wright Penn) , una mujer de cuarenta años que comparte piso con Jonathan, y, a la vez, descubrirá que su antiguo amor de adolescencia ha elegido una vida abiertamente gay.

Con este argumento, y cubriendo el periodo que abarca entre los últimos años sesenta y los primeros ochenta, el director Michael Meyer y el guionista Michael Cunningham, que adapta al cine su propia novela, no consiguen dotar de verdadera entidad a una historia que pasa de puntillas sobre la mayoría de los temas que pretende tratar. De esta manera, los responsables del filme no se adentran en la relación entre los dos jóvenes y la que ambos mantienen con su compañera de piso. Tampoco se consigue explicar bien las razones que llevan a esta mujer, una hippy aparentemente al margen de las convenciones sociales, a abandonar a ambos hombres cuando parece que han conseguido construir un hogar donde dos padres no son multitud. Además, y esto es lo más grave, los tres personajes protagonistas no aparecen muy bien definidos. Esto provoca que el espectador no termine de conectar con una historia que debería apasionar y que, sin embargo, no consigue despegar en ningún momento. Todo ello pese a la esforzada interpretación de Colin Farell, Dallas Roberts y Robin Wright Penn.

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