Dueños de la calle

Crítica

Julio Vallejo

James Ellroy se ha ganado gran parte de su fama gracias a una serie de novelas negras que reflejan el lado menos luminoso de Hollywood. En casi todas ellas, los policías tienen poco de ciudadanos ejemplares. Por otro lado, el guionista y director David Ayer consiguió fama al escribir "Training Day", una cinta que narraba las peripecias de un agente corrupto y su inexperto compañero. Con estos antecedentes, no era raro que novelista y cineasta volvieran a coincidir después de que sus dos nombres aparecieran juntos en la aburridísima Dark Blue.

El filme que ha permitido la unión es "Dueños de la calle". Como era de esperar en Ellroy, el escenario elegido es la ciudad de Los Ángeles. Allí, Tom Ludlow (Keanu Reeves), un violento policía, verá cómo su carrera se va a pique cuando matan ante sus propios ojos a un compañero que se había enfrentado a él por sus expeditivos métodos. Abrumado por la culpa, Ludlow, con la ayuda de un joven agente (Chris Evans), se pondrá a investigar la extraña muerte de su colega. Poco a poco, ambos descubrirán que algo huele a podrido en el Departamento de Policía.

Con este argumento, Ayer dirige una cinta que se acerca más al cine negro que al thiller contemporáneo. El realizador se muestra acertado a la hora de llevar con seguridad y fuerza el guión de Ellroy y sus colaboradores. Sin anteponer nunca la espectacularidad a la historia, "Dueños de la calle" se convierte en un vibrante filme noir de personajes nada inocentes. Sólo afea un tanto el conjunto la horrorosa interpretación de Forest Whitaker y un final un tanto embarullado.

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