Querida Wendy

Crítica

Julio Vallejo

La historia de los Estados Unidos de América parece construida sobre un mar de violencia. Pese a su juventud, el país ha pasado por una guerra civil, múltiples conflictos armados con otros países y el peculiar holocausto que fue el casi completo exterminio de los indios. Por si fuera poco, la Constitución de la gran potencia parece defender el derecho de todo ciudadano a tener una pistola en su casa. Esto ha provocado un verdadero culto a las armas que ha llevado incluso a muchos organizarse en repugnantes colectivos como la tremenda Asociación Nacional del Rifle. Como casi todo en este mundo cada vez más globalizado, esta enfermedad –no encuentro otra palabra para llamarla– se ha extendido por todo el planeta. Por eso no es raro que Lars von Trier, siempre dispuesto a dar la última palabra en cualquier proyecto que realiza, y Thomas Vinterberg, el genial director de la genial "Celebración", hayan unido fuerzas para crear "Querida Wendy", la peculiar aventura de un grupo de adolescentes pacifistas y fascinados por las armas que terminan cayendo en el horroroso pozo de la violencia. Como muy bien define Vinterberg, " "'Querida Wendy' es una terrible parábola de un mundo que todavía cree que usando las armas se puede lograr la paz: 'Querida Wendy' es una película acerca de un grupo de jóvenes en un empobrecido pueblo minero situado en alguna parte del sureste estadounidense. Se aíslan de lo que les rodea creando un club en el que pueden llevar y adorar sus pistolas sin traicionar nunca sus creencias pacifistas. Al leerlo, se me ocurrió que era un drama clásico que da que pensar. La mayoría del mundo occidental se considera pacifista con armas".

Sin embargo, no lo neguemos, la violencia y las armas en general provocan una extraña fascinación que no parece escapar ni a los responsables máximos del filme. Vinterberg nos cuenta, entre fascinado y horrorizado, su experiencia con las armas: "Una vez intenté ir de caza con un rifle, pero no cacé nada. Un pájaro me pasó justo encima, pero había olvidado quitar el seguro. Tuve un subidón de adrenalina, pero no maté nada. Me crié en una comuna, así que nunca tuve un arma de juguete. Eso sí, los actores y yo hicimos prácticas de tiro para la película. Probamos diversas armas, incluso me atreví con un AK47. Es extraño, disparar produce una emoción muy peculiar. Casi diría que es adictivo". Algo adictivo que muchos de nosotros hemos ido experimentado al ir de caza con nuestros padres o incluso viendo alguna de esas películas de acción que tanto nos avergüenza reconocer que nos gustan.

Además, ¿quién no se ha sentido el rey del mundo con un arma de fuego entre las manos? Ésta, y quizá no otra, es la razón por la que los freaks adolescentes de Vinterberg se unen en un ridículo y patético club de supuestos Dandies. Todos dejan de ser por un momento los perdedores y marginados para ser imaginariamente, y con ayuda de su querida pistola, triunfadores. En este aspecto, Lars Von Trier vuelve a atacar sin miramientos la sociedad estadounidense, como ya lo hiciera como director en "Bailar en la oscuridad", "Dogville" y "Manderlay".

El creador de los idiotas fustiga de nuevo a la sociedad americana por su continua y absolutamente incomprensible adoración de la estética de la violencia. Una adoración que puede llevar a que un chico pacifista a querer a su pistola, su querida Wendy, como si se tratara de su novia. En el fondo, y pese a lo que muchos digan para quedar bien, muchos americanos viven fascinados, como los adolescentes del largometraje, por las armas y la violencia. Los que no lo están, como la abuela de uno de los chavales de la película o el responsable de una pequeña tienda, parecen vivir con la sensación de que van a ser continuamente atacados.

Sin embargo, y aunque pueda parecer lo contrario, Vinterberg no es un simple asalariado dispuesto a poner en imágenes el libreto de su maestro. El realizador vuelve a mostrarnos algo que ya nos enseñó en su personalísima"Celebración": que tras la apariencia más o menos apacible de un grupo de seres humanos subyace un verdadero foco de tensiones a punto de explotar.

En el fondo, guionista y director se complementan en una ajustada simbiosis. Todo a pesar de tener, como dice Vinterberg, estilos diferentes: "Somos totalmente opuestos a la hora de trabajar, lo que hace que nuestras colaboraciones sean realmente interesantes. Lars es preciso y sistemático, casi matemáticamente exacto, sobre todo a la hora de experimentar con el medio cinematográfico. Yo, por mi parte, me baso más en la intuición, intento crear vida y emociones humanas en la pantalla". En este sentido, el de las emociones, es donde la película patina en alguna ocasión. Muchas veces ese intento por ser en exceso útil al mensaje de la película perjudica algo el alcance emotivo del largometraje. Una sensación que sólo barre parcialmente la conmovedora voz en off del protagonista (un excelente Jaime Bell). Por cierto, la utilización de este recurso, tan odiado por parte de los críticos y cinéfilos puristas, gusta bastante al tocapelotas de Trier: "Me encanta contar una historia así, sobre todo porque en la Escuela de Cine nos enseñaron que nunca hiciéramos eso. Toda mi primera película era una voz en off. Supongo que tengo ambiciones literarias que plasmo escribiendo largas historias. La voz en off me permite explicar muchas cosas que tardaría una eternidad en explicar mediante imágenes. Analiza, hace sugerencias para que algo se entienda mejor. Barry Lyndon me gustó muchísimo, sobre todo la voz en off. He intentado emular ese tono porque me viene muy bien. El mismo tono sarcástico también domina Manderlay". Un gusto que parece coincidir con el del propio Vinterberg: "Me gustan este tipo de voces en off. También vi que era mi peor enemigo o mi mayor reto, ya que va totalmente en contra del cine que propongo. El peligro de una voz en off es que puede alejar al espectador de la historia en vez de meterle en las emociones que transcurren en la pantalla. Pero, en este caso me gusta. Para mí, el protagonista es como Lars y por eso es fantástico que hable como hablaría Lars. Pero hicimos unas cuantas cosas para alejarle de Lars. La primera fue quitarle doce años, la otra fue conseguir que lo interpretara Jamie Bell. Siempre ocurre con un actor. Su aspecto y su forma de hablar acaban por cambiar completamente el concepto que se tiene del personaje". Es precisamente la actuación del crecido protagonista de "Billy Elliot" lo que le da a esta interesante película una calidez que no logra en la mayoría de las ocasiones la realización de Vinterberg y el guión de Lars Von Trier. En este sentido, el filme parece más cerca de la frialdad de "Dogville" que del desgarrado drama de "Celebración". Quizá, y sólo quizá, director y guionista deberían haber puesto más corazón y menos cerebro en un largometraje demasiado teórico como para lograr que nos conmovamos.

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