Llámame Peter

Crítica

Diego Salgado

Vio uno esta biografía cinematográfica de Peter Sellers junto a alguien nacido el año en que murió el cómico británico (1980). Al terminar "Llámame Peter", su primer comentario fue: "¿Y qué interés tenía hacer una película sobre este señor?"

Más allá de la preocupante incultura de mi acompañante, su pregunta delata el fracaso de este proyecto. Como es habitual en los bio-pics sobre artistas dirigidos al gran público, "Llámame Peter" se ceba en los aspectos sórdidos y mundanos del personaje, que parece son los únicos que alcanzará a valorar el espectador, y olvida describir los creativos, que son los que justificarían abordar la vida de un señor determinado y no la de su vecino. Es decir, quien desee conocer el sentido como actor de Sellers, se va a quedar con las ganas.

Y no es que la película carezca de méritos: El esfuerzo de producción de la BBC y la cadena HBO por reflejar la época que vivió el actor; la descripción de sus colaboraciones con Blake Edwards y Stanley Kubrick; la realización de Stephen Hopkins ("Los Demonios de la Noche") y el montaje; el uso de la música, y la interpretación de Geoffrey Rush. De modo que siendo, no lo olvidemos, una obra para televisión, "Llámame Peter" ofrece al cinéfilo más motivos de alegría que muchos films destinados originalmente a la gran pantalla.

Aun así, ¿qué sabemos de Peter Sellers al final? Que fue malcriado por una madre vulgar y ambiciosa. Como muchos. Que su prepotencia y malos modos disimulaban un complejo de inferioridad. Eso también le pasa a mi jefe. Que su falta de carácter le empujó a forzar a cualquier precio el reconocimiento ajeno y a camuflarse bajo personajes de su propia cosecha. ¿No es eso lo que caracteriza a cualquier persona sociable? Ahora bien, ¿cómo influyeron tales condicionantes personales en su arte? ¿Qué hay de Sellers en el Inspector Clouseau, en Henry Orient, en el Doctor Extrañoamor o en Chauncey Gardiner? ¿Y qué técnicas empleaba para encarnarlos?

Es fácil insistir, ya lo hizo el mismo Sellers, en que como ser humano no era más que una cáscara vacía que rellenaba con cada ficción que le tocaba en suerte. En ese sentido resulta un acierto hacer que el propio actor cuente "Llámeme Peter" travestido como sus padres u otros conocidos, dando a entender que hasta las personas reales pueden llegar a ser espectros, parte de una representación con un solo intérprete. Sin embargo, "Llámame Peter" muestra en muchas otras ocasiones que Sellers sí tenía carácter. Un carácter detestable y provocativo a la vez, similar por cierto al de compañeros de profesión como Groucho Marx o Andy Kaufman. Un carácter que no entiende el humor como una manera de pasar el rato, sino como un modo de cuestionar la estupidez establecida.

Esta faceta, posiblemente la que dignifica a Sellers, apenas queda esbozada en una escena en la que el cómico lapida dialécticamente a Blake Edwards en público. Pero la película no cuenta, por ejemplo, que el actor ordenó que en su funeral sonara "In the mood", de Glenn Miller. ¿Por qué? Porque consideró que como música sonaría ridícula en el contexto de un acto tan serio, y más importante: porque odiaba esa canción. Quien pueda apreciar ese retorcido sentido del humor, comprenderá que "Llámame Peter" se ha quedado corta. Quien no entienda nada, que se alquile "Shakespeare in love". ¡A mi acompañante de la otra noche le encanta!

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