Las vacaciones de Mr. Bean

Crítica

Julio Vallejo

Rowan Atkinson se ha ganado un pequeño lugar en nuestro corazoncito interpretando a Mr. Bean. La serie de televisión basada en el personaje ya forma parte de la historia de la pequeña pantalla. La fórmula de su éxito es muy sencilla: combinar el humor físico heredado de cómicos como Buster Keaton o Charlie Chaplin con una suave ironía muy británica. De esta manera podemos considerar al entrañable señor Judía como la versión patosa y fea de cualquier ciudadano inglés.

La gran repercusión del programa ha posibilitado que el personaje dé el paso de la pequeña a la gran pantalla. El primer fruto de este cambio de medio fue "Bean: lo último en cine catastrófico" (1997). Dirigida por Richard Curtis, el creador junto a Atkinson del personaje, el filme nos narraba las peripecias de Bean en Estados Unidos. Confundido con un prestigioso experto en Arte, el entrañable antihéroe protagonizaba una irregular serie de sketches que cautivaron a medio mundo.

Una década después de aquella primera experiencia en celuloide, "Las vacaciones de Mr. Bean" nos vuelve a dar otra ración de gracias más o menos engarzadas con cierto oficio por el realizador Steve Bendelack. En esta ocasión –quizá homenajeando al Jacques Tati de"Las vacaciones de M. Hulot"–, el personaje interpretado por Atkinson viaja a Francia para disfrutar de unas vacaciones que le han tocado en una rifa. En su recorrido entre París y Cannes, Bean se encontrará con un niño que ha perdido a su padre y con una joven actriz en busca de reconocimiento. La cinta se convierte de esta forma en una sucesión de situaciones cómicas más o menos efectivas con los bonitos paisajes galos como peculiar decorado. Irregular y demasiado infantil, la película es, sin embargo, un más que aceptable entretenimiento con algún momento especialmente memorable. A este respecto cabe destacar el hilarante gag donde Mr. Bean se las arregla más mal que bien para comerse unas almejas. También resulta memorable la sorna con la que el largometraje aborda la figura del director de cine pedante y orgulloso que elabora películas egocéntricas y pretenciosas.

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