La pesadilla de Darwin

Crítica

Diego Salgado

En su obra "El origen de las especies" (1850), Charles Darwin concluía que de no existir en los ecosistemas un equilibrio entre la supervivencia de unas especies a costa de otras y la posibilidad de que todas ellas prosperen, no es posible un futuro para ninguna, ni siquiera las más fuertes.

Para el documentalista austriaco Hubert Sauper, lo que ha pasado en los últimos años en el Lago Victoria, el mayor de África, constituye la perversión de los postulados expuestos por el naturalista decimonónico, y el principio de una escalada de degradación que termina por recalar a orillas de los espectadores que se atrevan a sufrir esta espeluznante y magnífica película.

Es necesario advertir que "La pesadilla de Darwin" no resultará del agrado de casi nadie. El público que se pasa la vida eludiendo el sentido de sus problemas y los ajenos, recibirá el documental de Sauper como un bofetón. La realidad que retrata el filme corta la respiración. Por otra parte, los alternativos de suplemento dominical y los pancartistas de festivo soleado se toparán con un reportaje que no usa la demagogia ni la admite para su interpretación. Un documental riguroso que cuestiona, con su retrato de lo que pasa muy lejos de nosotros, el sentido de todos y cada uno de los actos que ejercemos cotidianamente en Occidente.

Sauper comenzó interesándose por la desaparición de la variedad animal en el Lago Victoria, considerado uno de los nichos ecológicos más importantes del mundo. Como parte de un "experimento científico" se introdujo en ese ecosistema a mediados de los sesenta del pasado siglo una especie, la perca del Nilo, ajena por completo a él y sumamente agresiva. El resultado en pocos años fue que la perca se había convertido en la especie dominante en el lago, hasta tal punto que ahora le cuesta encontrar alimento y en ocasiones recurre al canibalismo. Paradójicamente, semejante catástrofe medioambiental supuso para uno de los países bañados por el lago, Tanzania, una oportunidad económica: La venta de perca a la Comunidad Económica y Japón es para la nación africana una de sus mayores fuentes de recursos económicos.

¿Repercute eso en el bienestar de sus habitantes? Sauper filma con una cámara digital el día a día en Mwanza, ciudad donde se recoge la pesca y se distribuye a otros países con aviones de líneas y pilotos procedentes de Europa del Este. Y Mwanza es el infierno. Hambre, sida, muerte en las calles. Ni los occidentales que han auspiciado la exportación de la perca ni las autoridades locales parecen apreciar que los nativos viven, literalmente, de los restos agusanados de pescado que sobran tras el empaquetado del alimento. Pero Sauper va más allá: Los aviones se llevan el pescado. ¿Qué traen cuando vuelven a Tanzania? ¿Cuál es el verdadero negocio bajo la excusa de la exportación? En cualquier caso, ¿cuál es el precio que pagan otros para que nosotros podamos aspirar a tenerlo todo? ¿Ese precio puede incluir la guerra?

Estos y otros muchos problemas, cuyas soluciones implicarían una revisión brutal de nuestro estilo de vida, ligado a diario en esta economía globalizada al de los seres humanos más desgraciados de la Tierra, son planteados por Sauper con enorme inteligencia, sugiriendo más que adoctrinando, sin cargar las tintas, dejando que las circunstancias hablen por sí mismas. La grandeza de su mirada reside precisamente en la dificultad de extraer conclusiones fáciles de su trabajo. Como él mismo afirma, "creo que la mayoría de nosotros conocemos los mecanismos de destrucción de nuestra época, pero no podemos fijar sus contornos. Somos incapaces de asumirlo, incapaces de creer lo que sabemos a ciencia cierta".

Y queda por citar todavía lo mejor de la película. Y es la delicadeza con que el autor retrata a los habitantes de Mwanza, la sensibilidad que destilan las imágenes de baja calidad, la atmósfera conseguida con paisajes, silencios y reflexiones de los protagonistas directos de la situación. A Sauper le fascina y le inquieta la responsabilidad individual, la complejidad de las motivaciones humanas. Todo ello enriquece su discurso y deja en el aire una sensación que algunos tacharán de pesimista, pero que en realidad viene a afirmar la imposibilidad de señalar culpables y excluirse de las responsabilidades, en vez de revisar los propios comportamientos. Eso no es pesimismo. Es autoexigencia. El espectador debe decidir si está preparado para exigirse algo a sí mismo, dentro y fuera de la sala.

La mejor película estrenada en lo que va de año.

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