Keane

Crítica

Julio Vallejo

William Keane es un pobre hombre que vaga por las calles de una Nueva York especialmente fría y gris. Esquizofrénico perdido, esta alma en pena calma la ansiedad por la pérdida de su hija ayudando a niñas como Kyra, pequeñas en busca de amor paternal. Nervioso e hiperactivo, Keane parece no encontrar nunca la tranquilidad de una mente atenazada por el desamparo.

"Keane", tercera película del realizador Lodge H. Kerrigan, es, digámoslo ya, una de las obras maestras de lo que llevamos de siglo XXI. Rodada íntegramente cámara en mano, el filme es uno de los mejores retratos de la locura jamás rodados. Además, refleja como ninguna otra cinta la soledad que cualquiera puede sentir en una gran ciudad, donde se puede estar rodeado de gente y encontrarse totalmente solo. Por si fuera poco, y para subrayar el tono tristón, Kerrigan nos muestra una Nueva York deshumanizada donde la calidez se ha dejado a un lado.

Sin embargo, y pese a la excelente dirección, la cinta no sería nada sin la magnífica interpretación de un espléndido Damian Lewis. Su encarnación del enajenado protagonista refleja a la perfección la permanente angustia de un hombre acosado por multitud de demonios interiores. A su lado, Abigail Breslin, famosa por su papel de niña encantadora en "Pequeña Miss Sunshine", consigue dotar de absoluta veracidad al personaje de esa cría que se convierte casi en la hija adoptiva de Keane. Sus verosímiles actuaciones junto a una acertada puesta escena, que recuerda la de muchas películas de los hermanos Dardene, convierten a la cinta en uno de los eventos cinematográficos del año.

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