Inconscientes

Crítica

Diego Salgado

Recordar a los lectores otras películas de Joaquín Oristrell sería hacerle un flaco favor. Después de sufrir Inconscientes, ver su nombre como guionista o director de cualquier otra producción empujará al espectador hasta la sala más lejana del multicine. Allí posiblemente se encontrará con No hay pelotas, pero no hay de que preocuparse. Saldrá ganando.

Una película no gana puntos por estar hecha en España, por tener ciertas pretensiones, o por halagar al espectador con guiños "cultos" e "ingeniosos". El cine es un sueño de dos horas, al que nos entregamos despiertos y con la posibilidad de elegir qué deseamos sentir. Y lo único importante, a la hora de valorar en qué medida se han visto satisfechas nuestras expectativas, es la calidad de la narración visual. La de Inconscientes es lamentable.

Sobre el papel, tanto la historia como el momento en que se desarrolla tienen su atractivo: 1913. Alma, una mujer impetuosa y a punto de dar a luz, busca a su marido, psiquiatra de prestigio que desaparece sin dar explicaciones. Junto a su cuñado Salvador, también psiquiatra y de temperamento frío y racional, Alma recorrerá los ambientes elitistas y sórdidos de Barcelona, en una investigación que obligará a todos los implicados a enfrentarse con verdades que trastocarán sus vidas para siempre. Para su director y co-guionista, "la película trata de esas caretas que llevamos para vender lo que no somos y ocultar nuestros secretos [...] al dicho conócete a ti mismo le agregaría que no demasiado"1.

La propuesta es ambiciosa. Una comedia alocada y sofisticada, que también pretende ser una historia de amor entre opuestos, y a la vez retratar la Barcelona social y política del modernismo, capturar el espíritu de la época, criticar el estreñimiento social y personal, y reírse de los estragos que el psicoanálisis ha causado en la manera de afrontar las relaciones personales.

Pero si, como es el caso, la sucesión de acontecimientos es arbitraria, arrítmica e incomprensible; si los personajes se comportan como marionetas; si los momentos humorísticos no brillan precisamente ni por su elegancia ni por su hilo con la historia; si el discurso de los guionistas sobre la modernidad se expresa con tópicos rancios, el armonizar tantas ambiciones no es ya complicado, sino suicida.

En cuanto a Oristrell como realizador, contribuye con su torpeza a resaltar las deficiencias del guión. Baste con decir, en lo que respecta a la dirección de actores, que el gran Juanjo Puigcorbé está penoso. Como el resto del reparto, basa su interpretación en un solo registro: el rebufo histérico. Por otra parte, los vestuarios de la época y los escenarios urbanos no lucen en casi ningún momento, debido a una planificación corta y a una fotografía de único registro. Defectos técnicos a los que hay que sumar un montaje confuso y hasta chapucero en escenas concretas -por ejemplo, la incursión de Alma y Salvador en la granja donde se ruedan las películas pornográficas-.

Para Joaquín Oristrell, hacer una película de época "no ha sido complicado". A Leonor Watling tampoco le ha supuesto "ningún esfuerzo adicional", y afirma además que la clave de su interpretación fue conseguir "que no nos importara que el otro nos viera hacer mal las cosas"2. Se podrían hacer muchos chistes a partir de esas declaraciones, pero me voy a limitar a repetir el título de la película: Inconscientes.



Notas

1 http://www.princesaherida.com/elperiodico20agosto.pdf

2 http://www.lukor.com/literatura/noticias/0408/19151922.htm

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