El secreto de los hermanos Grimm

Crítica

Diego Salgado

Terry Gilliam lleva cuarto de siglo haciendo la misma película. Desde "Los Héroes del Tiempo" (1981) a "Miedo y Asco en Las Vegas" (1998) y su abortado Quijote, pasando por "El Sentido de la Vida" (1983), "Brazil" (1985), "Las Aventuras del Barón Münchausen" (1989), "El Rey Pescador" (1991) y "Doce Monos" (1995), todos sus personajes afrontan la misma batalla: eludir la estafa que para ellos supone la realidad refugiándose en la fantasía y la ensoñación. Alguna vez han firmado una tregua y sobrevivido. Generalmente, se pierden.

Su estilo tampoco ha cambiado con los años. Un director como David Lynch sabe hacer fantástico con un contraplano, con el sonido de una respiración. Gilliam necesita de la pompa y el alboroto. El resultado inevitable es que sus películas son apasionantes sobre el papel y agotadoras en su visionado.

"El Secreto de los Hermanos Grimm" no supone una excepción. El guionista del filme, Ehren Kruger, hace de los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm, autores de los "Cuentos para niños y familiares" (1812-1815) y de las "Leyendas populares alemanas" (1816-1818), dos embaucadores que recorren la centroeuropa napoleónica salvando de encantamientos recreados por ellos mismos a crédulos lugareños. Will (Matt Damon) se siente satisfecho con su peculiar profesión. A Jake (Heath Ledger) le pesan los escrúpulos y está más interesado en recopilar las leyendas y tradiciones que salen a su paso. Ambos se verán obligados a deshacer una maldición real que pesa sobre un pueblecito...

Kruger se ha especializado en planteamientos felices. Recordemos al respecto "The Ring Two" o "La Llave del Mal". Otra cosa son sus desarrollos, que no dejan de ser vueltas de tuerca en torno a la idea inicial hasta exprimirla. "El Secreto de los Hermanos Grimm" planta a Jake y Will en el escenario del que han desaparecido varias niñas, y a continuación parece que sucedan muchas cosas porque se acumulan secuencias de humor grueso, de tensión y de equívocos. Pero en realidad no pasa nada. Los protagonistas van y vienen hasta tres veces a la torre donde se oculta la maldición que pesa sobre el pueblo. Sin embargo, siempre se ven obligados a volver sobre sus pasos, o son apresados, o discuten. Lo único destacable del guión, líos aparte, son los detalles que remiten a cuentos de los Grimm y su sentido –especialmente lo referido a las habichuelas mágicas-. El resto es una aventura muy pesada.

Y como siempre, la realización de Gilliam enfatiza, subraya y exacerba el histrionismo de la historia. Las interpretaciones, especialmente las de Peter Stormare y Jonathan Pryce, excesivas. La mitad de los planos, filmados con objetivos deformantes. En los decorados no cabe ni un objeto más. La banda sonora está plagada de gritos y ruidos. Y la desmesura afecta al montaje y el metraje, dos arrítmicas y larguísimas horas.

En fin, que si el objetivo de los cuentos es hacer que los niños se duerman contentos de estar en sus camitas, la función principal de "El Secreto de los Hermanos Grimm" parece consistir en aumentar el consumo de analgésicos contra el dolor de cabeza.

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